lunes, 30 de julio de 2007

Un recuerdo frenético de Hitchcock

Normalmente, una mayoría de espectadores se interesa tan sólo por las películas más recientes, los estrenos de la semana pasada o las cintas de moda. Sin embargo, en ocasiones vale la pena volverse hacia películas ya un poco vie­jas, pero, a fin de cuentas, mu­cho más interesantes que muchas de las novedades.
Podemos tomar el caso del Frenzy (Frenesí, 1972) de Alfred Hitchcock, una película a la cual, desgraciadamente, no se le ha dado la consideración adecuada. Se trata, evidente­mente, de una obra profundamente perversa, más de lo que puede parecer a primera vista. Y, por ello mismo, viene siendo una cinta fascinante. Es la mani­festación más clara del humorismo totalmente amoral de Hitchcock, y de su capacidad para hacer perderse al espectador en los mean­dros entre el bien y el mal, hasta obligarlo a reconocer que dentro del relato no existen verdaderos parámetros para identificar los niveles de lo posi­tivo y lo negativo. Los personajes son básicamente intercambia­bles, todos igualmente odiosos, pero todos propiciando de alguna forma imprecisa y sorprendente la empatía con el espec­tador. Para Hitchcock uno de los mayores placeres es obligar a quien mira a vivir vicarialmente las experiencias de un personaje difícil de asumir como ente moral.
Pero, a mi modo de ver, uno de los aspectos más notables de este filme es el uso que hace Hitch­cock del cuerpo humano desnudo. La desnudez, como es sabido, no es algo habitual en sus películas. Pero, en este caso, su uso es sorprendente por partida doble, pues -con una sola excep­ción- se identifica al cuerpo desvestido con la idea de la víctima, con la imagen del cadáver, e incluso con la muerte misma, pero sin negarle por ello su funcionalidad erótica. Eros y Tanatos se entremezclan en forma deliciosamente perver­sa, con sugerencias claras de vocación necrofílica. Esto ya estaba implícito en la famosa secuencia de la du­cha de Psycho (Psicosis, 1960), pero en Frenzy es trabajado en mejor forma gracias a la liberación de la censura producida por los años de diferencia entre las dos cintas.
Se debe señalar, por supuesto, que algunas secuencias del filme de 1972 (como la “lucha” con el cadáver) serían franca­mente in­soporta­bles o de mal gusto de no haber mediado en ellas la sutileza humorística de Hitchcock, quien sabe darle elegancia incluso a los deta­lles más desagradables. Igualmente, podemos observar que el juego con la desnudez tiene la extraña capacidad de evocarnos, por algunas homo­lo­gías visuales, los cuerpos también desnudos de las víctimas de un campo de concentración. Así sea solamente por la apariencia física de la actriz Anna Massey, que sorprendió a algún crítico, en la época del es­treno de Frenzy, por ser una “mujer fea”, demasiado delgada y de ca­bello oscuro, dentro de la obra de un cineasta fascinado por las “mujeres bellas”, rubias y voluptuosas de Ho­llywood. Como señala Pedro Miguel Lamet (“Frenesí: Alfred Hitchcock”, en Cine para leer 1973: Historia crítica de un año de cine, Bilbao, Mensajero, 1974):
La empleada del bar y tercera víctima -una de las pocas mu­jeres feas de los filmes de Hitchcock- tiene precisamente en sus ras­gos y delgadez otro encanto enigmático, que le da valor propiciato­rio...
No importa mucho que, como sugiere Craig Hosoda en su nota­ble catálogo sobre la desnudez en el cine (The Bare Facts Video Guide, Santa Clara, The Bare Facts, 1994; este libro contiene una lista de actores y actrices que han aparecido desnudos en el cine, indicando la película, el tipo de secuencia y el momento en el cual su desvestimiento ocurre), la mujer desvestida de la imagen sea en realidad una doble de cuerpo y no la actriz. Se debe señalar que se conoce con el nombre de “doble de cuerpo” a los intérpretes especializados que doblan el cuerpo de los actores en las escenas de desnudo o con poca ropa. Por cierto que la buena fama de algunos intérpretes contemporáneos (como Julia Roberts o Kevin Costner) le debe mucho a este tipo de dobles. Lo importante, en este caso, es que la muchacha flaca que vemos en Frenzy entra muy bien dentro del campo de sugerencias del matadero y la tradicional víctima propiciatoria. Cuando se le ve levantarse desnuda de la cama parece estar anunciando la terrible imagen posterior de su cuerpo tirado en mitad de la carretera (éste incluso es mostrado en la postura misma de un cadáver extraído de la cámara de gas).
Por otra parte, podemos suponer que, en esta cinta, Hitchcock encontró al fin la posibilidad de desquitarse por lo que no pudo hacer en Psycho: mostrar un cuerpo desnudo siendo víctima de la agresión de un ase­sino. La actriz Janet Leigh no se dejó desvestir en su momento. Y, de cualquier forma, la censura no habría permitido en aquella época la vi­sión de un cuerpo sin ropas. Fue necesario esperar hasta Frenzy para po­der despojar a la víctima.
Y este despojamiento es, indudablemente, muy efectivo. Pues tiene todas las connotaciones de un sacrificio, en el cual el cuerpo hu­mano se ofrece en holocausto para el perfecto goce de una imagina­ción per­versa.
(Este trabajo se publicó originalmente, y en forma ligeramente distinta en el libro de Arnulfo Eduardo Velasco, El placer de las imágenes, Guadalajara, Universidad de Guadalajara-CUAAD, 2001).

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