A menudo Walt Disney es presentado, por los conservadores a ultranza, como el modelo, el paradigma y el arquetipo de cómo debería ser un arte (y sobre todo un cine) dirigido a los niños. Sin embargo, ya Mattelart y Dorfmann (en su ya clásico libro Para leer al Pato Donald) habían logrado demostrar (si bien con algunos desbarrones ideologizantes debidos sobre todo a una escasa documentación) que el mundo de Disney no es tan puro como se pretende. Pero estos autores se limitaron a proponer un estudio a nivel de lo sociológico y tan sólo tomaron en cuenta las historietas basadas en los personajes disneyanos (aunque pretendiendo, por momentos, hacer la extrapolación a todos los productos ostentando el nombre de Disney).
Las cintas de animación son, en realidad, otra cosa. Pero también son muy dignas de análisis, pues podemos observar la forma como su contenido a menudo obedece a circunstancias más allá de los niveles más evidentes de la socioeconomía. En realidad, la obra de Disney merece toda nuestra atención, pues en ella es posible descubrir cosas bastante inesperadas (es decir, inesperadas desde el punto de vista del espectador que asume se trata simplemente de un cine sin complicaciones hecho para los niños) capaces de ilustrar el funcionamiento del no consciente goldmaniano en las circunstancias de la producción cultural. Por cierto que este concepto, por supuesto, no debe confundirse con el de inconsciente. Para una clarificación del significado de no consciente (que tiene su origen en las teorías de Lucien Goldman) se puede consultar el libro de Edmond Cros, Théorie et pratique sociocritiques, Montpellier, CERS, 1985.
En este caso nos basta con señalar que el concepto se refiere a funcionamientos de tipo social, determinados por la pertenencia del individuo a determinados contextos socioeconómicos. El no consciente, como su nombre indica, no es percibido habitualmente por quien lo vive y está parcialmente determinado por él, pero no se encuentra en realidad reprimido. Sin embargo, define y da significado a una gran parte de nuestras acciones y comportamientos. Lo cual puede significar que, bajo el aspecto rosa bombón del exterior de filmes como los de Walt Disney se pueden esconder cosas de otros muy distintos colores.
Tomemos el caso de las llamadas Silly Symphonies (Sinfonías tontas), serie de cortometrajes estructurados a partir de melodías musicales realizados por la compañía Disney en el inicio de la conformación del imperio (antes de los primeros largometrajes). Se trata de breves cintas, en las cuales un análisis de lo más superficial puede, sin embargo, poner en evidencia la recurrencia de ciertas curiosas obsesiones.
En Water Babies (1935), por ejemplo, los protagonistas son niños desnudos, pero dibujados sin ningún tipo de genitales (ni masculinos ni femeninos), en un antecedente de las figuras de los cupidos en la famosa Fantasia (1940) y según la regla de los juguetes todavía en la actualidad propuestos a nuestras niñas. Es lógico imaginar que, para muchas personas y de acuerdo a esta negación de la sexualidad en la infancia, el descubrimiento de los genitales en el cuerpo del otro se transforme posteriormente en una especie de trauma básico. Pero al espectador adulto estas imágenes casi forzosamente le producen una sensación de malestar (como si fueran una metáfora extraña de la castración). Además de que, como es ampliamente sabido, la ausencia de algo necesario (como viene siendo evidentemente la imagen de los órganos sexuales en un cuerpo desnudo) es un signo que lo pone más claramente en evidencia. Lo más curioso, sin embargo, es observar como, en este cortometraje, hay una escena dirigida a representar con bastante claridad una amenaza de sodomización (el tallo de una flor es impulsado con violencia hacia el trasero de uno de los niños). Como si el sexo no existente necesitara un sistema de sustitución. O como si una significación reprimida se terminara haciendo visible en otro contexto, en la forma de lo que acostumbramos llamar un infratexto (es decir, una serie de signos termina manifestándose a pesar de los intentos de reprimirla, simplemente transfiriendo su funcionamiento a otra parte de la obra).
En The Moth and the Flame (1938) se utiliza como motivo humorístico el tema de la seducción. El seductor es la flama de una vela; la seducida es una polilla. La polilla baila ante la flama mostrándole sus pantaletas, y ésta “se crece” en una metáfora evidentísima de la erección. La polilla es atrapada finalmente por una telaraña y la flama comienza a “acariciarla”. La red de signos aquí presente es demasiado legible.
En otro corto, Wynken Blynken and Nod (1938), tres niños (que en realidad son la personalidad onírica y esquizoide de un solo niño dormido) muestran las nalgas todo el tiempo al abrirse las “ventanas” de sus piyamas, y uno de ellos recibe la visita de una especie de estrella-pez que se pasea por el interior de la prenda, recorriendo todo su cuerpo.
Resulta interesante observar como un tema recurrente de estos cortometrajes es el del personaje femenino agredido o solicitado con demasiada insistencia por un ser connotado como “macho”. En The China Shop (1934) se trata incluso de un muy significativo sátiro raptando a una especie de “pastorcita” a la María Antonieta.
Con estos ejemplos me parece puede quedar claro lo que estoy tratando de señalar. Sin embargo, todos esto no tiene la intención de hacer ver el cine de Disney como algo “pornográfico”, sino tan sólo de poner en evidencia que, debajo de muchas supuestas inocencias, se encuentran las mismas cosas capaces de causar escándalo cuando se exponen abiertamente. Incluso, a menudo los intentos por reprimir o censurar algún aspecto fracasan al transferirse los elementos reprimidos a otra parte del texto, adquiriendo otra forma. La moral, a fin de cuentas, es una simple cuestión de formas.
Otro ejemplo interesante podría ser el de Alice in Wonderland (Alicia en el País de las Maravillas, 1951) de Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wilfred Jackson. Se trata, evidentemente, de la adaptación hecha por la compañía Disney del texto de Lewis Carroll. Ciertamente la película fracasa al tratar de darle “sentido” al nonsense carrolliano y al proponer la inclusión en el relato de un cierto didactismo moral. Pero, en contrapartida, tiene algunas excelentes imágenes, y su Wonderland funciona a menudo muy bien como el universo a la vez extravagante, terrible y profundamente atractivo de la inconsciencia.
Hay, en este filme, muy claras metáforas sexuales (no asumidas conscientemente, por supuesto). Falos y vaginas simbólicos pueblan la imagen, en la forma de una multitud de objetos capaces de evocarlos con mayor o menor claridad. Sobre todo en el lujurioso ambiente vegetal y mineral que conforma gran parte del País de las Maravillas. La Reina de Corazones es, con demasiada obviedad, la Gran Madre Castradora (su obsesión por el decapitamiento -reconocida metáfora de la castración- es muy clara), mientras las figuras paternas (la oruga, el Cheshire Cat, e incluso la morsa, en el nivel más negativo) se diluyen todo el tiempo en la nada, y parecen esquivar el deseo de la hija (representada aparentemente por Alicia). El elemento líquido es más abundante aquí que en la novela de Carroll, y varias veces se nos presentan objetos destilando y goteando. Ya algunos psicoanalistas habían hablado de líquido amniótico en lo referente al mar de lágrimas de Alicia, pero aquí tenemos otro tipo de signos homologándose con otro tipo de secreciones.
Por último, la metáfora de la sangre en la pintura roja es muy clara (para indicar su posible decapitación, una de los jardineros-cartas de baraja se pasa una brocha sangrienta por la garganta) y muy rica de posibles significados. Alicia oculta una brocha chorreando pintura roja y trata de esconderla a la percepción de la reina. Y cualquier psicoanalista tendrá la tentación de pensar en la menstruación primera, en la rivalidad con la madre (a la cual se oculta el signo), y la transformación de la niña en mujer. A notar también la recurrencia de las imágenes de túneles, laberintos, pozos y agujeros, más abundantes aquí que en la novela de Carroll.
Parecería como si los creadores de esta película se hubieran tomado la molestia de leer una gran cantidad de textos de psicoanálisis con el propósito consciente de hacer una ilustración de los mismos en su adaptación de Alicia. Sin embargo, los mismos autores han reconocido la forma como muchas de las imágenes incluídas en ella se les fueron completamente de las manos. Reconociendo la posibilidad de significados no previstos que se deslizaron en el contexto de la obra. Por otra parte, debemos tomar en cuenta el modo como el discurso psicoanalítico forma ya parte del “paisaje cultural” contemporáneo, por lo cual fácilmente se desliza en muchos productos artísticos, sin necesaria conciencia de parte de quienes los realizan.
Entonces, ¿Disney es un autor para niños? Evidentemente es cuestión de percepciones. Por supuesto, todas estas películas pueden seguir siendo vistas como los epítomes absolutos de la inocencia por parte de los espectadores que así lo prefieran. No se trata de satanizar a Disney (eso ya se ha hecho en mejor forma). Pero bastará con un poco de atención a los signos para permitir a cualquier espectador inteligente sentirse desconcertado (o divertido) ante algunos de los funcionamientos menos ortodoxos de sus filmes. Tomando siempre en cuenta nos encontramos aquí en el campo de la no conciencia pura, y no sería realmente factible el culpabilizar a nadie. El propósito de nuestros análisis es simplemente el de “hacer ver” funcionamientos y no el de producir, en ningún momento, cazas de brujas ideológicas.
(Este trabajo se publicó originalmente, y en forma ligeramente distinta en el libro de Arnulfo Eduardo Velasco, El placer de las imágenes, Guadalajara, Universidad de Guadalajara-CUAAD, 2001).
lunes, 13 de agosto de 2007
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