Curiosamente, el Pinocchio (Pinocho, 1940) de Ben Sharpsteen y Hamilton Luske fue en su momento un fracaso comercial para la compañía Disney. Lo cual se entiende: es una película quizá demasiado inteligente. Al menos, en el contexto de los filmes de animación que normalmente se les ofrecen a los niños. En su época se le criticaron mucho sus elementos de violencia y su posible aspecto antididáctico. En la actualidad nos sorprende por su funcionalidad, pues aparece como una clara puesta en escena de un proceso de iniciación. Para acceder a la condición de ser humano, Pinocho debe pasar por múltiples pruebas, a menudo estructuradas sobre la humillación. Pepe Grillo, su “conciencia”, hace el papel del iniciado que acompaña al aspirante en sus pruebas, aconsejándolo y guiándolo. En el relato, Pinocho se descubre a sí mismo y a los otros, y después de una falsa muerte (la muerte simbólica necesaria para obtener el renacimiento) accede al logro de su búsqueda (se convierte en humano) y se desprende de la tutela de Pepe Grillo.
Por supuesto, todo esto estaba implícito ya en el cuento de Carlo Collodi (publicado entre 1881 y 1882), que probablemente tomaba, en forma no consciente, su estructura de una práctica social muy extendida en la Italia del siglo XIX: los rituales de iniciación para las diferentes sociedades secretas de la época.
Por otra parte, debemos considerar también la recurrencia, en las películas clásicas de Disney, de historias en las cuales los personajes deben superar una serie de pruebas para acceder a una autoafirmación personal. De acuerdo con Vladimir Propp, esta función (la llamada “tarea difícil”) sería uno de los elementos más característicos del cuento folclórico tradicional (a este respecto se puede consultar el siempre útil libro de Propp, Morfología del cuento, Madrid, Fundamentos, 1981). Pero, en el caso de Disney, tenemos también la recurrencia, a lo largo de su obra, del tema de las muertes falsas. Funcionan, evidentemente, como un elemento provocador del pathos, pero a menudo son también el paso obligado de los protagonistas hacia una nueva vida, hacia una realidad distinta. No es necesario hacer la lista de todas las cintas en las cuales aparecen estas muertes falsas, pues ya desde el primer largometraje de la compañía, Snow White and the Seven Dwarfs (Blanca Nieves y los siete enanos, 1937), se encuentra presente este tema a nivel de la estructura básica del relato.
Otra cosa a señalar de Pinocho es su extraordinario diseño gráfico. Su ambientación evoca la Europa central de mediados del siglo XIX en forma magnífica: por doquiera se perciben objetos de madera labrados y figuras más o menos barrocas. El taller de Geppetto es una maravilla sonoro-visual, con todos esos relojes funcionando simultáneamente que producen casi el mismo efecto de una ambientación paranoico-crítica (como diría Dalí).
Igualmente, podemos tomar en consideración todas las significaciones (un tanto extrañas) implícitas en la secuencia de la transformación de los niños en burros. Ya se ha dicho repetidas veces se trata de una de las escenas de metamorfosis más efectivas jamás filmadas. Por supuesto, el contenido ideológico presentado en esta secuencia está claramente mediatizado de fascismo y se puede resumir en una frase del estilo de “dadles mucha libertad y se transforman en asnos”. Pero visualmente es un momento fílmico sorprendente. El acceso a la animalidad total es significado por la pérdida del lenguaje y por la humillación del desnudamiento. El cochero arranca las ropas de quienes ya están totalmente transformados, para así desvestirlos del último resto de su humanidad.
La transformación de Polilla, por su parte, fue justamente definida por el realizador Joe Dante como una de las más terroríficas de la historia del cine. Las manos crispadas que se transforman en cascos vienen siendo una imagen de pesadilla, lo mismo que la del asno desbocado destrozándolo todo a su alrededor. Muchos hombres lobo del cine tienen aquí su antecedente obvio.
Por último, se puede notar la forma como Pepe Grillo, en la película, es presentado como un dedicado, si bien inofensivo, erotómano. Reapareciendo así el tema de la sexualidad dentro de un cine al cual muchos insisten en ver como totalmente asexuado. Por otro lado, la líbido de este grillo es casi omnívora, pues va desde el Hada Azul hasta las muñecas de madera que bailan con Pinocho.
De nuevo: las cosas nunca son tan simples ni tan inocentes como parecen a primera vista.
(Este trabajo se publicó originalmente, y en forma ligeramente distinta en el libro de Arnulfo Eduardo Velasco, El placer de las imágenes, Guadalajara, Universidad de Guadalajara-CUAAD, 2001).
jueves, 6 de septiembre de 2007
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