viernes, 27 de julio de 2007

El mono enamorado

La versión en DVD del King Kong (1933) de Merian C. Coo­per y Ernest B. Schoedsack resulta especialmente interesante y valiosa para todos los aficionados al cine y los admiradores de esta película clá­sica. No únicamente por la exce­lente calidad de su imagen, lo cual nos permite apreciar detalles nunca antes vistos por nosotros, espectadores acostumbrados a las oscuras y maltratadas copias de las matinés de nuestra infan­cia, sino tam­bién porque incluye todas las secuencias eliminadas originalmente por la censura en los Estados Unidos. En su pri­mera exhibición la cinta se había presentado intac­ta, pero para su rees­treno en 1938, la oficina Hays (el famoso sistema censor implantado en Hollywood a partir de 1934) reedi­tó la obra, eliminando muchas secuen­cias, tanto por considerar­las excesivamente violentas como por sus connotacio­nes de tipo se­xual. Incluso los censores se encargaron de oscure­cer un poco las imágenes de la cinta, para hacer menos visibles otros momentos no eliminados de la misma. De acuerdo con René Chateau (René Chateau y Marielle de Lesseps, King Kong Story, París, René Chateau-Le Livre de Poche, 1977), las secuencias censuradas habrían sido las siguientes:
a) La escena en la cual un “brontosaurio” toma a un marinero entre sus mandídulas y sacude y “escupe” su cuerpo.
b) El “desvestimiento” de la actriz Fay Wray.
c) Parte de la destrucción de la aldea indígena. Sobre todo las imágenes de los negros siendo aplastados por la enorme pata de Kong y la toma en la cual se muestra a Kong “masticando” a uno de ellos.
d) La escena equivalente, en la cual Kong se “mastica” a un neo­yorkino.
e) El momento cuando Kong toma a una mujer, descubre que no es su enamorada y la deja caer a la calle, varios pisos más abajo.
También se habló, en algún momento, de una secuencia en la cual aparecería una enorme araña devorando a algunos de los marineros de la expedición que busca al gorila. Pero estas imágenes parecen no haberse llegado a filmar realmente, pues si bien existen algunos bocetos de la misma no se ha podido localizar ningún fragmento de filme en relación con ella.
Por suerte para todos nosotros, en el año de 1988 se descubrió esta copia no manipulada de King Kong. Este descubri­miento permitió vol­ver a hacer disponible al público la cinta en su forma original. Así pode­mos visualizar por fin la notable atención a los detalles contenida en esta película (la fotogra­fía en blanco y negro de Edwin G. Linden está mucho más cuidada de lo que uno podía haber imaginado y se preocupa cons­tantemen­te por hacer construcciones “pictóricas” en cada imagen) y su notable banda sonora (muy adelanta­da para su tiempo en el uso del so­nido como un compo­nente dramático imprescindible y con una excelente partitura a cargo de Max Steiner). En esta edi­ción se percibe más claramente el notable trabajo de diseño de sus autores, quienes utilizaron como referencia básica el trabajo de Gustave Doré, pero también de otros artistas de finales del siglo XIX, en una clara evocación de un ambiente “decadentista” y semi-barroco para la creación de la isla donde habita el gorila.
Igualmente, en esta versión en láser se incluye la tan fa­mosa (y tan poco vista) escena en la cual la heroína Ann Darrow (Fay Wray) es des­vestida con fruición por Kong. Los trucajes de esta película nos pueden parecer ahora ingenuos, pero por lo mismo adquieren un sentido diferente y más sutil para nuestra percepción al ser evidente la forma como fueron realizados. En este caso, resulta interesante que el famoso Willis H. O’Brien, creador de toda la animación de la cinta, se haya tomado la mo­lestia de hacer muy visible el lento desvestimiento, por medio de mi­núsculas prendas de ropa supuestamente desprendidas, una a una, por los dedos del gorila del cuerpo de la muchacha. Por supuesto, este forzado strip-tease se ve inte­rrumpido dentro de los límites de la decencia de la época gracias a la oportuna llega­da del héroe Jack Driscoll (Bruce Cabot). Pero eso no le quita su significancia erótica.
Incluso ahora podemos apreciar un momento muchas veces co­men­tado por los analistas de la película, pero en realidad rara vez visto: cuando el gorila se olfatea en los dedos el aroma corporal de una Ann Da­rrow semi-desvestida y gritona. El extraño erotismo zoofílico (o, más con­cretamente, “humanofílico”, pues es el animal quien se enamora de la mujer humana) de la pelícu­la es puesto así en mayor relieve, y las suge­rencias de perversión sexual, percibidas ya con cierta claridad en las ver­siones comúnmente difundidas de la cinta, se vuelven evidencias.
La posición de King Kong dentro de la historia del cine es algo muy debatido. Para algunos, una obra maestra. Para otros, un filme comercial de dudoso contenido ideológico (sobre todo por su evidente racismo). Pero, sea cual sea la postura que se adopte frente a esta obra, induda­blemente se le debe conocer en su mejor forma posible para poder sustentar nuestras afirmaciones. Lo mismo para oponer los logros de esta película al mediocre resultado de las nuevas versiones: tanto el detestable filme (1976) de John Guillermin como el malogrado intento (2005) de Peter Jackson.
Por otro lado, casi nadie puede negar que el King Kong ori­ginal es una de esas cintas donde la potencia onírica de las imágenes aparece como más violentamente impuesta sobre la psique del especta­dor. La isla de Kong parecería ser el lugar preciso donde transcurren muchos de nuestros más terribles y magníficos sueños.

(Este trabajo se publicó originalmente, y en forma ligeramente distinta en el libro de Arnulfo Eduardo Velasco, El placer de las imágenes, Guadalajara, Universidad de Guadalajara-CUAAD, 2001).

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