La versión en DVD del King Kong (1933) de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack resulta especialmente interesante y valiosa para todos los aficionados al cine y los admiradores de esta película clásica. No únicamente por la excelente calidad de su imagen, lo cual nos permite apreciar detalles nunca antes vistos por nosotros, espectadores acostumbrados a las oscuras y maltratadas copias de las matinés de nuestra infancia, sino también porque incluye todas las secuencias eliminadas originalmente por la censura en los Estados Unidos. En su primera exhibición la cinta se había presentado intacta, pero para su reestreno en 1938, la oficina Hays (el famoso sistema censor implantado en Hollywood a partir de 1934) reeditó la obra, eliminando muchas secuencias, tanto por considerarlas excesivamente violentas como por sus connotaciones de tipo sexual. Incluso los censores se encargaron de oscurecer un poco las imágenes de la cinta, para hacer menos visibles otros momentos no eliminados de la misma. De acuerdo con René Chateau (René Chateau y Marielle de Lesseps, King Kong Story, París, René Chateau-Le Livre de Poche, 1977), las secuencias censuradas habrían sido las siguientes:
a) La escena en la cual un “brontosaurio” toma a un marinero entre sus mandídulas y sacude y “escupe” su cuerpo.
b) El “desvestimiento” de la actriz Fay Wray.
c) Parte de la destrucción de la aldea indígena. Sobre todo las imágenes de los negros siendo aplastados por la enorme pata de Kong y la toma en la cual se muestra a Kong “masticando” a uno de ellos.
d) La escena equivalente, en la cual Kong se “mastica” a un neoyorkino.
e) El momento cuando Kong toma a una mujer, descubre que no es su enamorada y la deja caer a la calle, varios pisos más abajo.
También se habló, en algún momento, de una secuencia en la cual aparecería una enorme araña devorando a algunos de los marineros de la expedición que busca al gorila. Pero estas imágenes parecen no haberse llegado a filmar realmente, pues si bien existen algunos bocetos de la misma no se ha podido localizar ningún fragmento de filme en relación con ella.
Por suerte para todos nosotros, en el año de 1988 se descubrió esta copia no manipulada de King Kong. Este descubrimiento permitió volver a hacer disponible al público la cinta en su forma original. Así podemos visualizar por fin la notable atención a los detalles contenida en esta película (la fotografía en blanco y negro de Edwin G. Linden está mucho más cuidada de lo que uno podía haber imaginado y se preocupa constantemente por hacer construcciones “pictóricas” en cada imagen) y su notable banda sonora (muy adelantada para su tiempo en el uso del sonido como un componente dramático imprescindible y con una excelente partitura a cargo de Max Steiner). En esta edición se percibe más claramente el notable trabajo de diseño de sus autores, quienes utilizaron como referencia básica el trabajo de Gustave Doré, pero también de otros artistas de finales del siglo XIX, en una clara evocación de un ambiente “decadentista” y semi-barroco para la creación de la isla donde habita el gorila.
Igualmente, en esta versión en láser se incluye la tan famosa (y tan poco vista) escena en la cual la heroína Ann Darrow (Fay Wray) es desvestida con fruición por Kong. Los trucajes de esta película nos pueden parecer ahora ingenuos, pero por lo mismo adquieren un sentido diferente y más sutil para nuestra percepción al ser evidente la forma como fueron realizados. En este caso, resulta interesante que el famoso Willis H. O’Brien, creador de toda la animación de la cinta, se haya tomado la molestia de hacer muy visible el lento desvestimiento, por medio de minúsculas prendas de ropa supuestamente desprendidas, una a una, por los dedos del gorila del cuerpo de la muchacha. Por supuesto, este forzado strip-tease se ve interrumpido dentro de los límites de la decencia de la época gracias a la oportuna llegada del héroe Jack Driscoll (Bruce Cabot). Pero eso no le quita su significancia erótica.
Incluso ahora podemos apreciar un momento muchas veces comentado por los analistas de la película, pero en realidad rara vez visto: cuando el gorila se olfatea en los dedos el aroma corporal de una Ann Darrow semi-desvestida y gritona. El extraño erotismo zoofílico (o, más concretamente, “humanofílico”, pues es el animal quien se enamora de la mujer humana) de la película es puesto así en mayor relieve, y las sugerencias de perversión sexual, percibidas ya con cierta claridad en las versiones comúnmente difundidas de la cinta, se vuelven evidencias.
La posición de King Kong dentro de la historia del cine es algo muy debatido. Para algunos, una obra maestra. Para otros, un filme comercial de dudoso contenido ideológico (sobre todo por su evidente racismo). Pero, sea cual sea la postura que se adopte frente a esta obra, indudablemente se le debe conocer en su mejor forma posible para poder sustentar nuestras afirmaciones. Lo mismo para oponer los logros de esta película al mediocre resultado de las nuevas versiones: tanto el detestable filme (1976) de John Guillermin como el malogrado intento (2005) de Peter Jackson.
Por otro lado, casi nadie puede negar que el King Kong original es una de esas cintas donde la potencia onírica de las imágenes aparece como más violentamente impuesta sobre la psique del espectador. La isla de Kong parecería ser el lugar preciso donde transcurren muchos de nuestros más terribles y magníficos sueños.
(Este trabajo se publicó originalmente, y en forma ligeramente distinta en el libro de Arnulfo Eduardo Velasco, El placer de las imágenes, Guadalajara, Universidad de Guadalajara-CUAAD, 2001).
viernes, 27 de julio de 2007
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