Abel Quezada es reconocido habitualmente como uno de los más importantes dibujantes mexicanos en el campo del cartón editorial. Incluso a menudo se le identifica como el creador de un género particular dentro de este tipo de cartón, pues su obra está centrada en imágenes narrativas en las cuales el texto escrito tiene tanta importancia como el dibujo. Este artista se distinguió desde un principio por ese estilo de creatividad muy personal, con su serie de cartones que poseen incluso ciertas características de historieta y que iniciaron, en el contexto de México, una nueva forma de concebir la caricatura de crítica política. Él mismo atribuía la genealogía de sus obras a la influencia de las historias en imágenes que fueron muy populares en México en el siglo XIX, y que efectivamente se apoyaban en un uso muy abundante del texto escrito (a imitación de lo que hacían autores europeos como Wilhelm Busch). Por otro lado, sus análisis de la realidad mexicana se han vuelto arquetípicos, pues para muchos lectores se volvieron referencias básicas de la cultura nacional, que todavía se citan a menudo. Viene siendo, sin lugar a dudas, uno de los críticos más acerbos de la realidad mexicana, que durante toda su trayectoria se enfocó a retratar en sus aspectos menos gratificantes, dando una imagen muy ácida del proceso que llevó a nuestro país por el camino de lo que se acostumbra llamar “modernidad”.
Quezada nació en Monterrey, Nuevo León, el 13 de diciembre de 1920, hijo de Miguel Quezada y Juana Calderón. Su familia era de religión protestante, lo cual le dio una visión del mundo un tanto distinta de la mayoría de los mexicanos, claramente determinados por las concepciones del catolicismo. Sería demasiado fácil quizá establecer con respecto a este artista la dicotomía que desde Max Weber se ha querido ver entre la ética del trabajo protestante y la ética de la pobreza como garantía de la salvación en el catolicismo. Sin embargo, él mismo se visualizaba a menudo como alguien influido por esa visión de la realidad y resaltaba, en su vida personal y en sus obras, esa ética del trabajo.
La infancia de este dibujante transcurrió de forma errante por el entonces bastante poco habitado espacio del norte de México, viviendo en campamentos de trabajadores y pequeños pueblos, dado que su padre era un ingeniero mecánico que trabajaba en la construcción de presas, caminos, ingenios y fábricas. Más adelante estuvo internado en diversos centros educativos protestantes, como el Colegio Progreso de Parral, el Colegio Palmore de Chihuahua y el Colegio Laurens de Monterrey. Hacia 1935 realiza estudios de comercio y administración en San Luis Potosí. Pero ya para esa época había comenzado a publicar algunos dibujos, que enviaba por correo a la ciudad de México. En julio de 1936 realiza su primer viaje a la capital del país, donde inicia su carrera de dibujante profesional. Conoce a German Butze, el creador de Los supersabios, a quien siempre consideró como su primera inspiración y su verdadero maestro. Participa directamente en el auge de la historieta mexicana de finales de los años 30 y principios de los 40, creando toda una serie de personajes como Máximo Tops, la Mula Maicera, Kid Dinamita y otros, que aparecen en la revista Chamaco Chico.
En esta época su familia reside en Comales, Tamaulipas, donde su padre funge como jefe de máquinas en la construcción de la Presa del Azúcar. Para el dibujante la pequeña población de Comales, que era mitad ranchería y mitad campamento de trabajadores, se relaciona directamente con algunas de las mejores experiencias de su vida y adquiere una categoría casi mítica, lo que la hace aparecer sistemáticamente en sus dibujos.
Pero es hacia 1943 cuando se inicia como cartonista, estableciendo su estilo de obras en las cuales, como ya hemos dicho dicho, sobresale el uso sistemático del lenguaje escrito, que incluso ocupa un amplio espacio dentro de cada cartón. Trabaja para los periódicos Mañana y Esto y la revista Pinocho.
Entre 1946 y 1949 reside esporádicamente en la ciudad de Nueva York, donde llega a trabajar en una compañía teatral de Broadway y gana un concurso de una compañía publicitaria para realizar la campaña de una pasta de dientes. A su regreso se convierte en colaborador de Ovaciones y Cine Mundial, lo que le permite variar el rango de los temas de sus cartones, convirtiéndose también en un muy original e incisivo crítico del cine mexicano de la época, a través de cartones satíricos que se divierten poniendo de relieve las contradicciones de la que, en aquel entonces, era una bastante exitosa cinematografía comercial.
En un momento determinado incluso incursiona en el medio de la televisión, escribiendo y produciendo en 1951 un programa titulado Rayo Veloz, que tenía también una vertiente en forma de historieta que se publicaba en el periódico Novedades. Posteriormente (en 1953) habría de producir y dirigir el también programa televisivo Las aventuras de Míster Q y, al año siguiente, habrá de encargarse de la producción de las transmisiones de lucha libre para la televisión de la época.
Pero lo más importante de su obra creativa sigue siendo en el campo del dibujo. Se debe señalar que una de las características básicas de este autor, y la base de mucho de su fama hasta la actualidad, fue su capacidad para crear una serie de personajes arquetípicos que siguen siendo referencia obligada en la cultura mexicana. Son demasiados esos personajes como para que podamos referenciarlos todos aquí, algunos de enorme popularidad como el señor Pérez y el periodista famélico (que tiene las dimensiones de una tabla), pero queremos hablar de algunas figuras particulares que nos parecen especialmente significativas. Sin menospreciar al resto de los personajes.
En primer lugar seleccionamos al Tapado, una representación gráfica del sistema político que imperó en México durante medio siglo y del cual todavía hay quienes no logran desprenderse. El Tapado fue utilizado por Quezada incluso para una famosa campaña publicitaria para la cigarrera El Buen Tono entre agosto y noviembre de 1956. Es, por supuesto, la representación cómica del candidato del partido oficial, que era elegido en forma exclusiva por el presidente todavía en el poder, que tenía el atributo y el derecho de designar a su sucesor. Pero antes de que ese nombre se diera a conocer flotaba sobre la conciencia de los mexicanos la figura arquetípica de ese designado todavía desconocido y que, sin embargo, ya empezaba a ejercer su fuerza política. Mientras no se destapaba públicamente su nombre, se le conocía simplemente como el Tapado. Y Abel Quezada le dio una forma y una personalidad gráficas, haciéndolo protagonista de muchos de sus cartones. El Tapado, en la versión de este dibujante, se asemeja a un luchador cinematográfico al estilo de El Santo o Blue Demon, en el sentido que deriva mucho de su poder de su falta de identidad, del hecho de que puede ser cualquiera y en realidad no es nadie, pues simplemente funciona como una potencialidad que, en el momento en que pierde la máscara, pierde también toda su aura mística. Es la imagen de un sistema político estructurado sobre las esperanzas vacías y la casi imposible realización de los proyectos anunciados.
También tenemos a don Gastón Billetes, el personaje que representa al nuevo rico mexicano, con toda su ridiculez y toda su prepotencia. El personaje se identifica en los dibujos de Quezada, como todos los demás miembros de su clase social, por llevar un extravagante anillo con un enorme diamante en la nariz. Lo importante de ese absurdo adorno, que sirve fundamentalmente para señalar la riqueza del individuo, es que también connota la cursilería y el mal gusto esenciales de un grupo social que considera la riqueza como el único atributo importante de una persona. Antiguo revolucionario, don Gastón asume que el cambio social de la revuelta de 1910 no tuvo otro propósito que darles poder y dinero a él y a los suyos. Es una caricatura de una actitud social y de un tipo de personaje que dominó y sigue dominando la política y la economía mexicanas, y que actualmente se ha renovado en la figura de muchos empresarios dudosos vinculados con el narcotráfico.
Pero el personaje en el cual me interesa más detenerme es el famoso Charro Matías. Este personaje aparece por primera vez el 4 de septiembre de 1954 en las páginas de la revista Cine Mundial. Surgió, en un primer momento, en el contexto de las sátiras que Quezada hacía del cine mexicano, como un charro auténtico que, sin embargo, es rechazado por la cinematografía de la época por no tener el atractivo físico de los galanes que hacían el papel de charros en las cintas. Como se sabe, estos normalmente no habían tenido nunca relación alguna con la vida del campo, pues lo normal es que fueran simples cantantes profesionales, como Jorge Negrete, Pedro Infante, Luis Aguilar y un largo etcétera. Se debe recordar además que el charro en sí es una mitología, pues utiliza un traje estilizado, que es una variante del utilizado por los hacendados del siglo XIX, para representar a un supuesto “pueblo” mexicano que jamás se ha vestido así. Pero en la versión de Quezada el personaje adquiere una especial carga significativa, pues pronto deja de ser el simple actor fracasado y pasa a representar a una especie de mexicano arquetípico, también esencialmente enfocado al fracaso.
El Charro Matías, según la definición del mismo Abel Quezada, “sólo representa lo negativo que tiene el mexicano… Matías es oportunista, convenenciero, voluble y tramposo como él solo”. Es un eterno aspirante a un puesto dentro del gobierno, poniendo en práctica la famosa frase de los políticos mexicanos de que “quien vive fuera del presupuesto, vive en el error”. Pero es sobre todo utilizado por el dibujante para significar los defectos sociales básicos de sus compatriotas. Algo especialmente divertido del personaje es la reutilización por parte de Quezada de un recurso muy habitual de la historieta, en el cual un personaje lleva un texto en alguna parte de su vestimenta, pero que viene siendo un texto que cambia todo el tiempo, de viñeta a viñeta, de momento a momento. En este caso ese texto se encuentra en el sombrero del personaje, y a menudo complementa la sátira del cartón con algún comentario que tiene las características de una frase popular o refrán (algunos reales, otros creados por el dibujante a partir de alguna frase hecha). Como curiosidad podemos mencionar algunas de las frases que llegaron a aparecer en el sombrero de Matías:
Yo no vengo a ver si puedo, sino porque puedo.
Por una patria mejor y un puesto en el presupuesto.
No vengo a ver si puedo, sino a ver que me dan.
No es que cambie de opinión; cambio de parecer.
Y si no les gusta la danza, les voy a tocar un vals…
No es que yo sea muy dichoso, nomás muy dicharachero.
No porque me vean chaparro, me agarren a pisotones.
Ábranse, que tiro mal y casi no veo.
Que triste estoy cuando parece que estoy disgustado.
Compro pedacitos de oro que ya no sirvan…
No soy exigente, me conformo con la que me dejen.
Yo mejor no peleo, pues donde me den me duele.
Los viajes ilustran… Lástima que a mí no me llevaron a la gira…
Ta bien que no saluden, pero no se me escondan.
El PRI no será tan malo mientras pueda ser más peor.
No es miedo lo que tengo, simplemente es por las dudas.
El trabajo dignifica, pero a la larga cansa mucho.
El prestigio de México no se hipoteca… En cuanto al mío no tengo ningún inconveniente.
Gran componedor del mundo busca empleo, aunque no sea de eso.
La política es la madre de una vida a todo dar.
El hábito no hace al monje, pero le da sus ayudaditas.
Estos textos complementan de manera muy adecuada la personalidad del charro, que con el tiempo simplemente se convirtió en un arquetipo de mexicano, en el peor sentido del término. Incluso terminó siendo protagonista de uno de los más famosos cartones de Quezada. Probablemente no fue este dibujante quien inventó ese cuento, pero su representación gráfica contribuyó a darle mucho de su fama al chiste. A ese respecto se debe tomar en cuenta que en México la autodenigración es una especie de deporte nacional. Al mexicano no le gusta que otros hablen mal de su país o de su cultura, pero encuentra una fruición orgásmica en hacerlo él mismo. Existen muchos chistes que denigran la realidad del país, lo mismo que películas, programas de televisión e incluso canciones. Es algo que merecería ser más analizado por los psicólogos sociales, pero que muy probablemente es un derivado paradójico del exacerbado nacionalismo de los mexicanos. El hecho de no poder ser el primer país del mundo nos lleva a una desilusión colectiva que encuentra su compensación en la visión de que entonces debemos de ser el peor. Lo que sea para ocupar una posición de privilegio.
De cualquier forma, este cartón, titulado “La tierra y sus dueños”, representa ese famoso chiste que, hasta la fecha, muchos mexicanos siguen contando sistemáticamente, casi como si lo acabaran de inventar. Y que pretende explicar, de manera simplista y muy efectiva, por qué el país se encuentra afincado en el subdesarrollo a pesar de sus supuestas riquezas. Lo que ocurre simplemente es que Dios compensa la abundancia por medio de la deficiente calidad de los habitantes del territorio.
Sin embargo, el Charro Matías también en ocasiones le sirvió a Quezada para simplemente representar al mexicano común, al hombre del pueblo enfrentado a las situaciones críticas tanto de la política interna como del funcionamiento del mundo. Desde el problema de la lucha por la democracia en México hasta la amenaza de las armas atómicas de las grandes superpotencias, Matías se expresa como el portavoz de la mexicanidad más básica y a menudo más ingenua. Y en esos momentos llega a ser, curiosamente, la voz misma del autor de los cartones.
Una curiosidad es el hecho de que Quezada inventó, en relación a este personaje, el famoso aperitivo del charro Matías. Esto, que pretendía ser tan sólo un gag cómico, adquirió un nivel particular por el hecho de que terminó poniéndose en práctica, y hay quienes efectivamente consumen esa “bebida”, que consiste en agregarle un chile a un vaso de tequila. Lo cual señala de nueva cuenta la importancia de este personaje como una especie de visión especialmente aguda y casi profética de todo lo mexicano, y la forma como el charro Matías llegó a interactuar con la cultura de nuestro país, tomando de ella muchos elementos de su personalidad, pero también aportando signos definitorios a la misma.
Por otra parte, no podemos tampoco dejar de mencionar que Quezada fue el creador de algunos cartones arquetípicos, que se encuentran entre los más famosos jamás publicados en México. Un ejemplo muy significativo y contundente es el que publicó al día siguiente de la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968, que es además una obra maestra de minimalismo comunicacional. Ningún otro de los cartones que se han publicado, hasta la fecha, sobre este tema, ha logrado el impacto de esta obra que, en realidad, equivale al grado cero del dibujo, pues solamente es un cuadrado negro con la pregunta "¿por qué?".
También se debe comentar que la habilidad de este creador para el manejo verbal es notable, hasta el punto de que algunos de sus cartones se podrían publicar sin los dibujos, pues el texto es interesante en sí mismo. Su breve historia titulada “Llanto en las sombras” es un muy logrado cuento que combina la fantasía con la ironía y lo poético. Este breve relato debería ser incluido en todas las antologías del cuento fantástico, pues nos lleva a resentir claramente la alucinación de la vida de Mamá Eduviges y su fascinación por las películas que hacen llorar.
Su trabajo de caricaturista termina en 1989, cuando se retira de la actividad periodística con una serie de seis cartones que se publican entre el 27 de marzo y el 1º de abril. Retirado de esa labor, el resto de su vida lo dedicó a sus negocios personales (era un exitoso empresario dedicado a la exploración petrolera) y a la pintura, produciendo una obra muy interesante, algunos de cuyos ejemplos llegaron a aparecer en la portada de la revista New Yorker y se expusieron en diferentes museos y galerías.
Abel Quezada fue designado en 1989 por la revista Time como uno de los diez mejores dibujantes del mundo. Falleció el 28 de febrero de 1991 en la ciudad de Cuernavaca.
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Quezada, Abel, El mexicano (Los mejores cartones, 1951-1986), México, Planeta, 1999.
Quezada, Abel, El país problema (Los mejores cartones, 1952-1985), México, Planeta, 1999.
Quezada, Abel, El sistema (Los mejores cartones, 1943-1988), México, Planeta, 1999.
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jueves, 26 de julio de 2007
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