La película Singin’ in the Rain (Cantando bajo la lluvia, 1952) de Stanley Donen y Gene Kelly es una obra que merece mucha atención. Aparte de aparecer habitualmente incluida en las listas de los mejores filmes realizados en toda la historia del cine, viene siendo uno de los mejores ejemplos posibles de cómo era el cine musical de la época de oro de Hollywood: quizás un tanto kitsch, quizá no demasiado inteligente, pero con un indudable encanto basado en sus potenciales oníricos y en su, a la vez, reprimido y, a fin de cuentas, bastante obvio erotismo.
Sin lugar a dudas las secuencias de baile en las cuales una pareja enlazada expresa una notable interacción física están construidas como una metáfora, no muy elaborada, del coito. Incluso funcionan así en el desarrollo estructural de muchas de estas cintas, pues generalmente después de una de esas escenas la relación de una pareja es presentada como mejor definida o reafirmada. Como la de dos personas que acaban de tener una buena experiencia orgásmica. En Singin’ in the Rain, Cyd Charisse interpreta una danza de seducción en muchos aspectos ya clásica, a causa de su sorprendente erotismo. Su gesto, al limpiar los anteojos de Gene Kelly sobre su pierna, sugiere casi una masturbación. Igualmente, en el baile onírico de la misma secuencia (conocida como el “Ballet de Broadway”), cuando el protagonista imagina una posible relación erótica con la mujer que acaba de entrar en la habitación, el largo velo de la bailarina sugiere en varios momentos una erección, o incluso una eyaculación.
En realidad, toda la secuencia de este llamado “Ballet de Broadway” es onírica casi hasta el límite del surrealismo. Los escenarios pintados evocan incluso las películas del expresionismo alemán. Mágicamente, en esta escena, las aceras se desplazan por sí mismas bajo los pies de los personajes. Y la escenografía en perspectiva donde bailan Charisse y Kelly al final de la secuencia tiene la apariencia de algo creado por Dalí. El efecto funciona por momentos como si todas estas escenas fueran una manifestación del inconsciente del protagonista.
Por otro lado, se debe señalar que si bien existe, en forma general, la tendencia a atribuir exclusivamente a los actores cómicos la curiosa característica de poder controlar los objetos o elementos de la “realidad” que los rodea, transformándolos en forma casi mágica en cosas de diferente funcionalidad, sujetándolos al capricho de su imaginación, o haciéndolos aparecer como personajes vivientes con los cuales interactúan, los bailarines cinematográficos a menudo hacen lo mismo. Con respecto a los cómicos, José Luis Guarner (“La comedia” en El cine. Enciclopedia del 7o. Arte, Vol. I, San Sebastián, Buru Lan, 1973) señala lo siguiente:
En cuanto están fuera del uso que la sociedad les ha asignado, parece como si los objetos se convirtieran en los mejores amigos del cómico, capaz de darle entonces por completo la vuelta a las apariencias a su favor.
Pero, como ya señalamos, los bailarines cinematográficos hacen habitualmente cosas similares. En alguna de sus películas, Fred Astaire bailaba sobre las paredes y el techo de una habitación. En Singin’ in the Rain, Gene Kelly, Donald O’Connor y Debbie Reynolds transforman sus impermeables en guitarras, en una falda de bailarina hawaiana, una capa de torero, marionetas e incluso una pareja de baile. En la famosa secuencia de “Make’ em laugh”, Donald O’Connor convierte a todo un estudio cinematográfico en plena actividad en una realidad bajo su control físico (creándose incluso una pareja de baile a partir de un muñeco de trapo). El mundo, en casi todos estos bailes, provee a los personajes de elementos informes, sin sentido propio, que ellos vuelven significantes al incorporarlos a sus danzas. Sus cuerpos se convierten así en una fuerza vital capaz de hacer existir un universo particular, creado por su contacto.
También en esto existe un indudable sentido erótico, pues el bailarín resemantiza la realidad alrededor suyo, su cuerpo le da fuerza y sentido, la revitaliza y la hace significar y funcionar en una forma nueva, la erotiza en un cierto sentido al hacerla suya, y el intérprete termina llenándolo todo con la realidad física de su corporeidad. Por ello muchos filmes musicales son verdaderas experiencias sobre el poder de la corporeidad humana.
De acuerdo con ello, podemos considerar ahora una secuencia que fue omitida en el montaje definitivo de Singin’ in the Rain (pero que actualmente podemos conocer gracias a estar incluida, como material extra, en algunas ediciones de la cinta en DVD). Y la podemos considerar en el contexto de la significación total de la obra. Se trata, en realidad, de unas breves escenas en las cuales el personaje de Kathy Selden (Debbie Reynolds) canta, frente a un cartel de su enamorado Don Lockwood (Gene Kelly), la canción “You are my lucky star”. En el montaje definitivo esta canción aparece tan sólo en forma fragmentaria en la conclusión del filme, en la cual se vuelve a ver el retrato del cartel de Lockwood, pero esta vez complementado con el de Selden en el anuncio ficticio de una película protagonizada por ambos que se llama Singin’ in the Rain, en un curioso efecto de “puesta en abismo”, utilizado asimismo para señalar la unión definitiva de los dos personajes. En la traducción de Ramón Buenaventura del libro ya clásico de Lucien Dällenbach (El relato especular, Madrid, Visor, 1991) se prefiere utilizar la expresión original francesa mise en abyme o mise en abîme (de acuerdo con el traductor, por tratarse de un término técnico). También se sugiere la forma castellana “abismamiento”. Nosotros hemos preferido utilizar siempre la traducción literal de la frase “puesta en abismo”, pues a menudo se le encuentra en esa forma en textos castellanos. Por cierto, se debe señalar que el libro de Dällenbach es, sin lugar a dudas, el estudio más serio existente sobre el “efecto de espejo” de la obra capaz de contenerse a sí misma.
Como sea, esta secuencia omitida cumplía en parte la función de ser una prospección del final de la cinta, anunciando la solución del conflicto y la reunión de los amantes. Igualmente, parece haber sido concebida con el propósito de ayudar a desarrollar el aspecto caracterial del personaje de Kathy, pues en su canción ésta hace una especie de monólogo interior, confesando algunos aspectos de su personalidad que nunca llega a mostrar delante del verdadero Lockwood (el destinatario de su confesión es, simplemente, el retrato de éste y, en un nivel narrativo, el espectador de la película). En realidad, en la película tal como la conocemos, el personaje tiene bastantes elementos vagos en la definición de su carácter. Lo cual no es raro con las protagonistas femeninas del tradicional cine hollywoodense (sobre todo en las comedias más clásicas), en general presentadas como figuras excesivamente planas, sin verdadera profundidad ni motivaciones reconocibles. Se debe también tomar en cuenta que esta secuencia debía aparecer a continuación del baile en el set vacío, el cual marca en Singin’ in the Rain el verdadero inicio de la relación amorosa entre los dos personajes principales (y, de acuerdo con los cánones de la época y tal como ya dijimos, sirve también como discreta metáfora de la irrepresentable relación sexual).
Sin embargo, y a pesar de estas funcionalidades, podemos suponer fue adecuada, en muchos aspectos, la eliminación de la secuencia. Aparte de la excusa oficial de los realizadores, en el sentido de que resultaba repetitiva e incluso redundante (dos números musicales demasiado cercanos uno del otro) y enlentecia sin necesidad el desarrollo de la acción; se puede observar como algunos de los elementos caracteriales aportados en esta escena al personaje de Kathy van en contradicción con el comportamiento anterior y ulterior de la muchacha. En su canción ella asegura haber sido desde siempre una admiradora fanática del actor Don Lockwood (incluso haber sido presidenta de un club de sus fans). Lo cual entra en contradicción con el hecho de que cuando Lockwood (huyendo de unas admiradoras salvajes) salta desde un tranvía en el coche de Kathy, ésta se muestra incapaz de reconocerlo. Debe ser un policía, a quien ella llama para hacer arrestar a ese intruso, quien reconoce al actor famoso y se lo da a conocer a Kathy (“you are a lucky young girl”). Incluso el rechazo de su parte de los avances de seducción del actor -cuando éste intenta abrazarla disimuladamente- se vuelve menos pausible a causa de esto. Aun cuando admitamos (de nuevo de acuerdo con los cánones de la época) que esta joven aspirante a actriz es virgen y casta, y no está dispuesta a pasar por el casting couch (este sistema de selección sexual todavía es la forma más segura para llegar al estrellato en Hollywood), ni pretende sacrificar su “honor” al atractivo sexual de Lockwood, su agresividad en contra del actor resulta bastante difícil de comprender y sobre todo de aceptar como algo pausible. Especialmente si llegamos a creer que Kathy estaba ya, desde antes, locamente enamorada de Don.
Los personajes del cine, a pesar de poseer la falsa “corporeidad” producida por la apariencia física de un actor, funcionan en forma muy semejante a la de los personajes de la literatura. Es decir, deben ser considerados, al igual que estos, como simples conjuntos de signos y no como personas reales. Su psicología está, por tanto, determinada sobre todo por la funcionalidad del relato, y menos por circunstancias psicológicas humanas. En ese sentido admiten menos las contradicciones que los seres humanos reales (ver, a este respecto, el famoso ensayo de Philippe Hamon, “Pour un statut sémiologique du personnage”, en Poétique du Récit, París, Seuil, 1977). Es importante recordar que en la realidad hay, en comparación con el arte y por definición, mucho menos congruencia; los textos artísticos son, en sí, un intento de darle una forma de organización a una realidad en sí no muy comprensible ni organizada.
Por ello resulta importante el señalar que, a fin de cuentas, Kathy en su canción aparece como un personaje un tanto doble, pues oculta cuidadosamente una de sus caras al hombre supuestamente amado por ella, tratando de que éste no descubra su admiración previa por él (como ya dijimos: sólo se lo confiesa a su imagen pintada en el cartel... y al espectador). Esto puede parecer insignificante y sin verdadera importancia, pero tiene cierta trascendencia al existir en el cine estadounidense de los años cincuenta un esfuerzo claro por dar la imagen más positiva posible de los personajes definidos como “buenos”, para oponerlos en forma perfectamente maniquea a los “villanos” del relato. Por tanto, un ocultamiento de este tipo podría ser algo propio de la malvada Lina Lamont (genialmente interpretada por Jean Hagen), pero no de la dulce Kathy. De todo esto se desprende que la misma estructura del filme imponía la necesaria eliminación de esta secuencia. Por cuestiones de funcionalidad narrativa.
A partir de esas consideraciones, vemos como todo este pequeño análisis de algunos de los elementos significantes de Singin’ in the Rain sirve para poner en contraposición, ante la obra terminada, estas escenas omitidas del montaje, y reconocer como sus signos podían entrar en contradicción con la obra tal como la conocemos. Tomando en cuenta que esa secuencia sólo la podemos conocer al estar incluida como apéndice en ciertas ediciones de este filme en DVD.
(Este trabajo se publicó originalmente, y en forma ligeramente distinta en el libro de Arnulfo Eduardo Velasco, El placer de las imágenes, Guadalajara, Universidad de Guadalajara-CUAAD, 2001).
viernes, 27 de julio de 2007
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