jueves, 6 de septiembre de 2007

La iniciación de Pinocho

Curiosamente, el Pinocchio (Pinocho, 1940) de Ben Sharps­teen y Hamilton Luske fue en su momento un fracaso comercial para la compañía Disney. Lo cual se entiende: es una película quizá demasiado inteligente. Al me­nos, en el contexto de los filmes de animación que normalmente se les ofrecen a los niños. En su época se le criticaron mucho sus ele­mentos de violencia y su posible aspecto antididáctico. En la actualidad nos sorprende por su funcionalidad, pues aparece como una clara puesta en escena de un proceso de iniciación. Para acceder a la condición de ser humano, Pinocho debe pasar por múltiples pruebas, a menudo es­tructuradas sobre la humillación. Pepe Grillo, su “concien­cia”, hace el papel del iniciado que acompa­ña al aspirante en sus pruebas, aconse­jándolo y guiándolo. En el relato, Pinocho se descubre a sí mismo y a los otros, y después de una falsa muerte (la muerte simbólica necesaria para obtener el rena­cimiento) accede al logro de su búsqueda (se convierte en humano) y se desprende de la tutela de Pepe Grillo.
Por supuesto, todo esto estaba implícito ya en el cuento de Carlo Collo­di (publicado entre 1881 y 1882), que probablemente tomaba, en forma no consciente, su es­tructura de una práctica social muy extendida en la Italia del siglo XIX: los rituales de inicia­ción para las diferentes socie­dades secretas de la época.
Por otra parte, debemos considerar también la recurren­cia, en las películas clásicas de Disney, de historias en las cuales los persona­jes deben superar una serie de pruebas para acceder a una autoafir­mación personal. De acuerdo con Vladimir Propp, esta función (la lla­mada “tarea difícil”) sería uno de los elementos más característicos del cuento folclórico tradicio­nal (a este respecto se puede consultar el siempre útil libro de Propp, Morfología del cuento, Madrid, Fundamentos, 1981). Pero, en el caso de Disney, tenemos también la recu­rrencia, a lo largo de su obra, del tema de las muertes falsas. Funcionan, evidentemente, como un ele­mento provocador del pathos, pero a menudo son también el paso obli­gado de los protago­nistas hacia una nueva vida, hacia una realidad distinta. No es necesa­rio hacer la lista de todas las cintas en las cuales aparecen estas muertes falsas, pues ya desde el primer largometraje de la compañía, Snow White and the Seven Dwarfs (Blanca Nieves y los siete enanos, 1937), se en­cuentra presente este tema a nivel de la estructura básica del relato.
Otra cosa a señalar de Pinocho es su extraordi­nario diseño gráfico. Su ambientación evoca la Europa central de mediados del siglo XIX en forma magnífica: por doquiera se perciben objetos de madera labrados y figuras más o menos barrocas. El taller de Geppetto es una maravilla sonoro-visual, con todos esos relojes funcionando simul­táneamente que producen casi el mismo efecto de una ambientación paranoico-crítica (como diría Dalí).
Igualmente, podemos tomar en consideración todas las signifi­caciones (un tanto extrañas) implíci­tas en la se­cuencia de la transformación de los niños en burros. Ya se ha dicho re­petidas veces se trata de una de las escenas de metamorfosis más efectivas jamás filmadas. Por supuesto, el contenido ideológico presentado en esta secuencia está claramente mediatizado de fas­cismo y se puede resumir en una frase del estilo de “dadles mucha libertad y se transforman en asnos”. Pero vi­sualmente es un momento fílmico sorprendente. El acceso a la animali­dad total es significado por la pérdida del lenguaje y por la humillación del desnudamiento. El cochero arranca las ropas de quienes ya están totalmente transformados, para así desves­tirlos del último resto de su humanidad.
La transformación de Polilla, por su parte, fue justamen­te defi­nida por el realizador Joe Dante como una de las más terro­ríficas de la historia del cine. Las manos crispadas que se transforman en cascos vienen siendo una imagen de pesadilla, lo mismo que la del asno des­bocado destrozándolo todo a su alrede­dor. Muchos hombres lobo del cine tienen aquí su antecedente obvio.
Por último, se puede notar la forma como Pepe Grillo, en la pelí­cula, es presentado como un dedicado, si bien inofensivo, erotómano. Reapareciendo así el tema de la sexualidad dentro de un cine al cual mu­chos insisten en ver como totalmente asexuado. Por otro lado, la líbido de este grillo es casi omnívora, pues va desde el Hada Azul hasta las mu­ñecas de madera que bailan con Pinocho.
De nuevo: las cosas nunca son tan simples ni tan inocentes como parecen a primera vista.

(Este trabajo se publicó originalmente, y en forma ligeramente distinta en el libro de Arnulfo Eduardo Velasco, El placer de las imágenes, Guadalajara, Universidad de Guadalajara-CUAAD, 2001).

1 comentario:

Natalia Ivarrola dijo...

Excelente comentario! Me pareció de utilidad y hasta fue orientador para mi investigación: el poder punitivo como mecanismo de control de los cuerpos sociales.
En el caso de Pinocho, cuento en el que me encuentro trabajando, también podemos ver cómo la figura de la autoridad atraviesa su corporeidad y determina su conducta.
Saludos cordiales,
Natalia.